Vida, ética y filosofía
6 May 2007
Empezaré por el último ítem del título. Es una opinión bastante extendida, no sólo entre los jóvenes de este país, que la filosofía es «un rollo» o «un coñazo», que saber qué opinaban ciertos personajes de antaño de forma conceptual sobre el mundo que nos rodea no tiene una utilidad bien definida, salvo quizás el el satisfacer la lujuria que la acumulación de conocimiento puede producir en algunas personas con la mente dudosamente equilibrada. Pues bien, nada más lejos de la realidad, e intentaré exponer cómo empecé a apreciarla y por qué la considero imprescindible. Concretamente, me centraré en la ética como parte de la filosofía.
Primeramente, pongámonos en situación: como bien dicen los que saben, la filosofía es el «conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano». Un poco más digerido, esto quiere decir que pretende dar una explicación razonada de los motivos por los que estamos en este mundo, y qué sentido tiene la vida. Es decir, intenta responder a las Grandes Preguntas de la Vida™. Como el propósito de la filosofía es tan amplio y abstracto, con unas pretensiones un poco más manejables nos encontramos a la ética que (como bien indica la Wikipedia) en el habla común se suelen tomar como sinónimo de moral, sin embargo «se prefiere el empleo del vocablo moral para designar el conjunto de valores, normas y costumbres de un individuo o grupo humano determinado». Por el contrario, «se reserva la palabra ética … para aludir al intento racional … de crear una moral racional, universalizable y, en consecuencia, transcultural». Si yo tuviese que hacer mi resumen particular de qué es todo esto, sería «una forma de razonar y sistematizar la búsqueda de la felicidad», algo así como una una religión, pero sin dogmas inexplicables ni comeduras de tarro sin sentido ;-)
Si has leído hasta aquí, enhorabuena, has superado el tostón inicial que he puesto a propósito para desanimar a quienes realmente no les interesan estos temas. Ahora es cuando viene la parte importante.
Empecé a preocuparme por la filosofía (y la ética) más o menos cuand tenía doce años y mi padre me regaló El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, para que lo leyese. Reconozco que la primera vez me salté muchos pasajes, sobre todo aquéllos en que se ahonda sobre esta o aquélla teoría filosófica, me fui quedando con aquéllo que me parecía más razonable de cada una de las teorías filosóficas de los pensadores de la antigüedad, y en especial las relativas a la ética… aunque en aquel momento no era consciente de estarlo haciendo. Sin embargo fue mucho más fuerte la impresión que provocó en mí El misterio del solitario, libro del mismo autor que versa sobre la búsqueda de la propia identidad, pero introduciendo las cuestiones metafísicas solapadamente en lo que parece ser una novela de ficción al uso. Casi siempre que hablo de libros que me han marcado sale a colación este libro, invariablemente lo recomiendo, especialmente a aquéllas personas que sé que pueden extraer alguna enseñanza de él, y sin embargo nadie parece leerlo nunca.
Dejando las digresiones literarias, vuelvo al campo de la ética en cuanto a forma racional de buscar la felicidad. Explicaré de la forma más sencilla que pueda algunas pinceladas de los pensamientos éticos de diversos autores que intento aplicar en el día a día. «¿Por qué?», os preguntaréis. Pues por el simple hecho de que he encontrado una excusa para contar estas cosas (algunos de mis mejores amigos saben ya muchas o algunas de ellas, así que no les sorprenderá demasiado), y porque creo que tan sólo mediante el uso de la razón se puede alcanzar algo similar a la utópica idea de Felicidad. Lo cuál enlaza con la primera de las teorías de las que he recogido algo. Empecemos, pues, por el mundo de las ideas de Platón. Tan sólo un apunte antes de empezar: nótese el uso de las mayúsculas en ciertas palabras; además, las ideas expuestas son mis propias interpretaciones, y probablemente no se correspondan totalmente con la idea establecida culturalmente de ellas.
El mundo de las ideas
Según Platón, el mundo que nos rodea es imperfecto, aunque la mente humana tiende a hacer una representación ideal y perfecta de los conceptos aprehendidos. Aunque la versión perfecta de una idea puede existir, el ser humano no la aprecia, porque se encuentra sumido en las sombras de la ignorancia. Tan sólo mediante el Conocimiento puede uno aproximarse a la representación material de la idea. Entre otras cosas, esto justifica por qué tiendo a ser perfeccionista, a veces de forma insana, por qué me preocupo de intentar aprender las cosas bien y por qué opino que el sistema educativo es lamentable, aunque es un tema tan extenso que mejor será hablar de él otro día.
La búsqueda del Bien
Muchos pensadores clásicos (y otros no necesariamente clásicos) asimilan la búsqueda de la felicidad, desde un punto de vista ético, a la consecución del Bien, el Bien con mayúsculas. Si uno hace el Bien, entonces será feliz… Pero, ¿qué es el Bien?, ¿hay alguna definición? Ítem más: ¿es siquiera posible para una persona definir el Bien?, ¿puedo yo definirlo? Desde Pitágoras (sí, el del teorema), de quien podemos aprender que el Número lo es todo, incluido el Bien y el Mal, que las matemáticas pueden ser divertidas y que la geometría permite la realización plástica de lo que la abstracción numérica representa; pasando por Descartes, de quien se puede decir que considera la consciencia de la propia ignorancia como Bien, pues permite tener conocimiento de la propia existencia (lo cuál enlaza con el archiconocido «sólo sé que no sé nada» de Sócrates, de algún modo); hasta llegar a cualquiera de los pensadores contemporáneos, todos ellos han intentado definir el Bien.
Si todos los pensadores considerados importantes han aventurado sus propias definiciones de Bien, eso quiere decir que yo también debería poder hacerme mi propia idea de él… por supuesto inalcanzable, pero sí aproximable, ya que no debemos olvidarnos de la caverna de Platón. Aquí pudo encauzar mi gusto por las matemáticas, y la pasión por la geometría, la fina ironía y los triples sentidos. Insisto: tengo la idea, por supuesto no soy de lo mejor en esos campos, pero me gusta intentarlo. Con Sócrates puedo justificar el decir que «sólo sé cuatro trucos sobre C ó Python», cuando realmente son los lenguajes de programación que más y mejor sé utilizar, con un nivel que no llega a la maestría (desde luego), pero que en ningún caso puede considerarse de aficionado, si hacemos honor a la Verdad. Me siento bien siendo humilde, porque sé hasta donde llego, conozco mis limitaciones, y aunque en algunas cosas sí podría humillar a la gente, nadie merece tal cosa, y tampoco deseo que los demás se ensañen conmigo. El ser humano es bueno por su propia naturaleza (Rousseau dixit), así que si yo soy bueno con los demás, me puedo esperar que en la mayoría de los casos así serán los demás conmigo. Este principio no me ha servido todavía para buscarme novia, pero espero que así sea algún día, porque sería la confirmación definitiva de que vivir en este mundo vale la pena.
El imperativo categórico
Kant en su Cŕitica de la razón práctica propone la construcción de la propia definición de Bien utilizando para ello una escala de valores, que conforman la existencia, a priori, de lo que llama el «imperativo categórico». Éste determina la forma de actuar de la persona, que por tanto es libre de actuar según sus propias convicciones: según su propio Bien. Nótese que en ningún momento se plantea la necesidad de demostrar que las personas son realmente libres o no, personalmente yo veo el imperativo categórico de Kant como un medio para decidir lo que quiero ser y tener una guía para actuar de forma coherente, conforme con mis propias convicciones, con el objeto final de obtener la Felicidad… o acercarse a ella lo máximo posible, ya que Platón sigue estando presente. Es parecido al problema de encontrar el punto máximo de una función matemática: si no es posible tener una visión global de ella, no se puede saber directamente cuál es el máximo absoluto, pero si uno se coloca en un punto y se mueve siempre hacia los máximos locales, lo más seguro es que acabemos llegando a un «máximo muy máximo», satisfactorio para nuestro propósito. A veces me pregunto si es bueno, pero en vista de que la Regla Delta funciona en muchos ámbitos, ¿por qué una variación no iba a funcionar en la vida real?
Aunque no voy a desmenuzar punto por punto los principios que conforman mi imperativo categórico, ya que sería trabajoso tanto como para mi como para el lector, si puedo deciros que considero importantes (sin ningún orden en particular) cosas como la verdad, el «conócete a ti mismo», el respeto a los demás, la amistad, el tener buena compañía, intentar comprender a los demás, no prejuzgar las cosas sin haberlas racionalizado antes… Nótese que normalmente todo son cosas aplicables de forma recíproca al resto de la humanidad: no tiene sentido que yo considere que es bueno ser sincero, si los demás no lo son conmigo, por lo que si no considerase posible la «presunción de inocencia» que Rousseau supone sobre el resto de la humanidad, este mundo dejaría de tener sentido para mí. Afortunadamente, aunque haya quien crea que «la gente es asquerosa», sé que están equivocados, porque si para mí los demás no son asquerosos (y desde luego las personas pueden ser de todo menos asquerosas), por tanto yo tampoco puedo serlo para ellos…
Si se volviese a producir la situación de ayer noche, en que le dije a uno de mis mejores amigos que madurase, lo más seguro es que volviese a decir lo mismo. Espero que todo esto le ayude a comprender que me preocupo por él, que lo veo perdido, y que sinceramente opino que debería reencontrarse a sí mismo para poder reconciliarse con el mundo que le rodea. Enterrarse detrás de cantidades ingentes de anime, manga, y dar a ver su cara a través del tamiz que es Internet no le van a ayudar. Sé que es una pretensión quizás demasiado grande, y desde luego no quiero ponerme como ejemplo, porque la situación de ayer me ha servido como acicate para escribir algo que llevaba tiempo queriendo plasmar con palabras, pero no encontraba el McGuffin que lo justificase. No quiero ser ejemplo de nada, repito, pero confío en que leer esto le haga reflexionar un poco sobre la vida, apreciar el conocer el qué hace a los demás ser como son, y que intente demostrarse a sí mismo que puede ser coherente… aunque para ello haya tenido que leer esta historia tan larga, que la mayoría de lectores considerarán un auténtico plomazo, pues ya sabemos que la ética y la filosofía en general, aun siendo algo que nos afecta a todos el lo más profundo de nuestras existencias, sigue sin parecer gustarle a nadie.