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Moikka! Here's Adrián. I work for Igalia.

A blast from the past: Bob Dylan

Repitiendo con parte de la compañía de la ocasión anterior, tuve ocasión por primera (y probablemente última) vez en mi vida de ver a monsieur Dylan en el concierto que tuvo lugar el pasado 27 de Junio en el Instituto Ferial de Vigo (IFEVI).

El personajillo, nacido Robert Allen Zimmerman (dato éste que puede ayudar a comprender el «Don’t believe in Zimmerman» de la mítica canción God de otro personaje chiripitifláutico como es John Lennon) entró con una digna puntualidad inglesa en escena, detrás de un telonero gualtrapas de nombre Hermosillo, que de tal cosa tenía poco, que se las daba de hombre orquesta a la española: simpatiquete, pero casposo y cutre.

¿Qué decir sobre alguien que es uno de los dinosaurios vivientes del mundo de la música? Pues para decirlo literalmente y sin ambajes: que fue un muermo. En un concierto en el que podría haber llevado al público en palmitas con simplemente dedicarse a reinterpretarse, recuperando clasicazos como «Like a rolling stone» (uno de los pocos que tuvo la decencia de tocar), en lugar de dar la brasa con canciones de los últimos tres álbumes. Que sí: que son unos álbumes fenomenales, con canciones que se pueden escuchar una y otra vez, que rozan la línea entre el country, el blues y el rock clásico que a mí tanto me gusta… pero para una vez que voy a ver a una vieja gloria, lo que uno quiere oír es clasicazos tópicos. Fue como ir a un concierto de los Piedras Rodantes que no acabase con el desgastadísimo (pero siempre ansiado como colofón) «Sympathy for the Devil».

Técnicamente fue un concierto de libro: «tito» Bob no demasiado malencarado (incluso tocaron un bis fuera de programa, cosa inédita) con su voz rasgada pero llena de personalidad, unos músicos de sesión que cumplieron con creces y lo arroparon de forma envidiable, una bien medida alternancia entre temas movidillos y lentorros, una acústica muy decente aún teniendo en cuenta el aspecto de hangar postmodernista del IFEVI… resumiendo: una ejecución impoluta con menos miga que un documental de Richard Attenborough sobre la cópula del pez gato del Amazonas.

Lo mejor: haber visto a una leyenda de la música en vivo. A ver cuando se baja de la parra y se dedica a darle al público lo que se merece: conciertos épicos salpimentados con temas inmortales. Cosa que si saben hacer los Stones a la perfección.